Thursday, May 17, 2007

Esas cosas patéticas de La Nación y sus lectores

Veamos. Tengo claro que los diarios nunca fueron ni serán espejos de la realidad, sino forjadores de ella(s), siempre regidos por el billete y los intereses que ese billete impone. Tengo claro que no le creo a ningún diario y que si bien en alguno puede haber una cierta actitud crítica y gente que por ahí escribe mejor que el promedio -sí, me refiero a Página 12- tampoco escapa a la norma más arriba enunciada, solo que en ese caso se limita a enunciar en general postulados políticamente correctos, desde una retórica de izquierda progre. Pero hay un diario -y especialmente sus lectores- que me supera. La Nación, lógicamente. Por cosas como estas:
http://www.lanacion.com.ar/informaciongeneral/nota.asp?nota_id=909357&pid=2554339&toi=5234

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Sunday, May 13, 2007

20 años - 300 goles

Este año se cumplen 20 años de la fundación del Palermo FC (http://www.geocities.com/nosferatu1970/), gloriosa institución del fútbol amateur en la que uno todavía despunta el vicio futbolístico. Y el sábado último, es decir ayer, llegué a los 300 goles en 389 partidos, record que ambicionaba alcanzar -y por suerte lo hice- en el año del 20º aniversario. No fue de la manera en que quizás lo había soñado: léase, en un partido definitorio, por el torneo, o en un clásico. No sirvió para una victoria en el último minuto, ni tampoco para definir una final. Ni siquiera fue con el pie. Por el contrario, fue en un amistoso que surgió porque teníamos fecha libre. Partido que además perdimos. Y en una tarde en la que, sin temor a exagerar, jugué el peor primer tiempo de mi vida, por escándalo. Nunca, no me cabe duda, lo hice peor, tan definitvamente horrible, como en los primeros 45' de ayer. Todas mis intervenciones fueron nulas: paré mal la pelota, cuando quise gambetear me la sacaron siempre, me anticiparon siempre los defensores, erré todos los pases y, como si eso fuera poco, me comí dos mano a mano de esos que no te podes comer ni en el fútbol profesional, ni en el amateur, ni en ninguna variante que pueda existir. Realmente, al terminar ese primer tiempo, por primera vez en mi vida me pasó que me quería ir a la mierda. "Que entre otro, o que jueguen con uno menos que van a andar mejor", pensé. Para colmo, cuando salgo de la cancha, Iván, mi hijo de casi 4 años, mi hincha número uno, el mismo que siempre me pregunta cuántos goles hice, el mismo que siempre me pide que le dedique goles, me dice: "¡Papá! ¿Cuántos goles hiciste?".
"Ninguno, hijo".
"¿Por qué?", pregunta con los ojitos abiertos como no pudiendo creer.
"Porque estoy jugando muy pero muy mal", atino a decir.
En fin, que empieza el segundo tiempo y se para al costado de la cancha y grita: "¡Papá, hacé un gol, papá!". Pienso que ya se va a olvidar, que se va a distraer en otra cosa, pero no. Sigue: "¡Dale, papá, hacé un gol!". Más presión que si La Bombonera repleta me lo estuviera pidiendo. Pero al mismo tiempo más motivación para tratar de dejar de jugar tan horriblemente mal, y -aunque sea- tratar de cumplirle al pibe. Y así, cuando el partido está 2-3, Nacho que me tira el centro y yo que salto por atrás, aplicando las lecciones aprendidas del enorme Titán del Gol, le gano a un marcador mucho más alto que yo, para meter un frentazo furibundo y ver a Iván saltando allá, al costado, festejando el gol que papá le prometió. Y entonces me digo que al fin de cuentas no está tan mal. Que sí, que jugué horrible; que sí, que no era un partido definitorio; que sí, que al final terminamos perdiendo. Pero que me importa un carajo, mi gol 300 lo festejó el mejor hincha del mundo. Mirá si habrá estado bueno...

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