Friday, May 26, 2006

Grunge IX: "Am I the only one who remembers that summer?"

La pregunta del título corresponde a una canción de Mad Season -no el disco de Matchbox 20, sino la banda de Layne Staley y Mike Mc Ready- y en mi caso personal la respuesta tendría que ser: sí. Es que la realidad es que yo era el único tipo de todas las personas que conocía, que estaba en Buenos Aires en enero de 1993. Veamos: mis amigos de siempre -Fede y compañía- se habían ido con sus novias a Pinamar, Dorian se había ido a Brasil, Ale a Villa Gesell, Agustina a La Paloma, incluso mi vieja y mis hermanos estaban en La Rioja. Y yo estaba con mi viejo, en Buenos Aires. Es que mis tiernos ingresos como mozo me habían servido para ahorrar la guita con la que había ido a ver a Nirvana y Guns 'N' Roses, y también para comprarme mi primer bandeja de CD, acompañada de una decena de discos (a ver, hasta donde me acuerdo: "Nevermind", "Badmotorfinger", "Ten", "Blood, Sugar, Sex, Magik", "Revolver", "Led Zeppelin IV", "Appetite for destruction", "Ritual de lo habitual", "The Doors" y "Achtung baby"). Pero de vacaciones ni hablar. Recordemos: el 1 a 1 estaba a full, con lo que debe haber sido uno de los dos o tres veranos en los que realmente no había absolutamente nadie en Buenos Aires. Parecía una ciudad fantasma. Todo cerraba a la noche, ni siquiera podías irte a algún lugar a tomar algo -no hablo de ir a bolichear-, para ver si de casualidad conocías a alguien. Para nada. Llegaba la noche y solo podías quedarte en tu casa mirando el techo.
O mirando videos, que era lo que yo hacía. Me había conseguido un par de alhajas, que veía una y otra vez. Una de ellas era "Live Facelift" de Alice In Chains. Blanco y negro, retrataba un recital en el Moore Theatre de Seattle, en vísperas de año nuevo y en medio de una bestial tormenta de nieve. Infernal, aunque todavía no estaba listo para caer rendido a los pies de Alice, eso vendría después. El otro era "Louder than Live" de Soundgarden. Blanco y negro también, con Jason Everman -ex Nirvana- en bajo, retrataba la gira de "Louder than love". Tengo que decirles que fue ahí, exactamente ahí, cuando me enamoré de Soundgarden. Bah... me enamoré... Me volví enfermo sería más justo decir. Con ese fanatismo hermoso que solo se puede tener a esa edad. De pronto, estaba ante mis ojos una banda como la que yo quería. Una voz a lo Zeppelin, un sonido a lo Black Sabbath, una actitud a lo Black Flag. Porque, queridos menores amigos, no imaginen al Chris Cornell pelicorto y producido de Audioslave, ni siquiera al Chris Cornell con más onda, de los dos últimos discos de Soundgarden. No. Esto era otra cosa. Chapas cubriéndole la jeta sin barba candado, en cuero, una bermuda de jean hecha jirones, la Gibson Les Paul colgada y una energía brillantemente retratada por el video. Una interacción total con el público. Pero cuando digo total, es un concepto real: no hay fronteras entre público y escenario. Ese video es una obra maestra y yo recuerdo que, cada vez que lo veía devotamente, todos los días, solo atinaba a pensar: "Así quiero que sea la banda. Así, exactamente". Es decir, hasta que conseguí ese video, a mí me gustaba Soundgarden, tanto como Nirvana y Alice In Chains (a Pearl Jam, al principio, no le daba bola). Después de ese video, pasé a amar a Soundgarden por sobre todas las otras bandas de Seattle. Y a esperar ansiosamente que los chicos volvieran a Buenos Aires para retomar los ensayos.
Claro, eso sí, la espera era laaaarga. Y los días pasaban lentos. Videos, revistas que hablaran de grunge -cosa que en realidad hacían todas las revistas en aquel entonces- y discos, eran mi único medio de subsistencia. Aprovechaba mi tiempo en una labor netamente investigativa: como estructuraban las canciones, como afinaban, quiénes habían sido las inspiraciones de cada uno -tengan en cuenta que mucho se sabía por acá de Nirvana, pero de los demás, poco y nada- y, por supuesto, interiorizarse de la leyenda de Mother Love Bone. Sí, sí, porque, por uno de esos milagros que a veces ocurrían, había conseguido el cassette de "Temple of the Dog" -el CD ni siquiera estaba por acá- y, además de flashear con él, había vislumbrado así la existencia de Mother Love Bone. Pero, recuerden, no había Internet, mucho menos MP3. Conseguir discos era una odisea -eso cambiaría alrededor de 1994-, uno tenía que rastrear por disquerías especializadas hasta encontrar lo que buscaba, o pedir que te lo trajeran de afuera. El momento en que, a través de una vidriera, uno veía, solitaria, la tapa del disco codiciado, era verdaderamente sublime. Uno se sentía parte de una secta: un acólito que, por haber sido inciado en los más secretos arcanos, era capaz de detenerse ante ese cuadrado precioso, que lo esperaba a uno repleto de promesas de gozo eterno, mientras el resto del mundo le pasaba por al lado, lleno de ignorancia. El sentimiento de pertenencia era único.
Las revelaciones le llegaban a uno en forma de revistas importadas. Recuerdo la sensación cuando uno veía las fotos de las bandas, las tapas de los discos... Todo parecía lejano, inaccesible, de otra época. Pero al mismo tiempo, estaba pasando en ese momento. Era una sensación excitante, tanto como ir hacia atrás a las raíces del grunge. Y así, a partir de Pearl Jam llegar a Mother Love Bone, a partir de Mudhoney conocer a Green River, de "Nevermind" llegar "Bleach"...

Friday, May 12, 2006

Grunge VIII: "Twenty thousand macho boys"

Decíamos recital de Nirvana. Momento sublime, indudablemente. E histórico también. Tras intentar vanamente juntar plata para ir al primer Lollapalooza (tocaron, entre otros, Jane's Addiction y Soundgarden) me quedó claro que mis ingresos como mozo me daban para recitales locales nomás. Por suerte, entre esos dos estaban nada menos que Guns N' Roses, debilidad hard rockera de fines de los 80's, y... ¡Nirvana! Todavía hoy me pellizco para saber que no lo soñé, ni fue producto de un abuso de sustancias: vi a Nirvana en vivo en 1992. El nivel de excitación que tenía en la previa era similar al que he tenido siempre antes de un recital de una banda que me gusta mucho, pero multiplicado por mil por el hecho de que iba a ver a esa banda en el cenit de su existencia, apenas un año después de sacar "Nevermind". Calculando que no era tanta la gente que iba ir a verlos y teniendo en cuenta la ubicación del escenario, saqué platea, algo que resultará fundamental para un hecho que narraré más adelante. Fui con mi amigo Mele, el cual siempre ha sido un metal head, y un gran compañero de recitales. Tengan en cuenta, además, que en aquel entonces, las bandas de Seattle no estaban tan categorizadas como ahora y, si bien el término "grunge" estaba en pleno apogeo, la realidad era -y sigue siéndolo- que nada tenían ni tienen que ver musicalmente Nirvana y Soundgarden, Mudhoney y Pearl Jam, TAD y Alice In Chains, los Melvins y los Screaming Trees. Entonces, a Nirvana iban a verlo muchos metal heads, simplemente porque había distorsión en las violas y -especialmente, creo- porque Dave Grohl le daba una potencia única a una banda que en realidad estaba más cerca del punk y el pop. Pero bueno, allí estábamos los dos en la platea, mientras Ale, Nacho y el Negro se amuchaban en el campo.
Abrieron Los Brujos, tocando el tema "Kanishka", cuyo riff base Kurt se punguearía, rebautizándolo "Very Ape". Entonces llegó Calamity Jane, banda de Portland amiga de Kurt, integrada por riot grrrls, que nunca pasaron de un single. De todas maneras estaban preparando un disco que fue el que nos quisieron mostrar. Pero, quizás víctimas de cierto machismo propio del heavy metal del que era fan buena parte del público, no pudieron pasar de la segunda canción. Una lluvia de objetos contundentes empezó a llover sobre el escenario y allí no estaba Axl Rose para explicarnos con voz de directora de primaria que esas cosas no se hacen y que la idea es escuchar música sin romperle le cabeza a los músicos. Las chicas tuvieron que cortar el set. Intentaron tocar una tercera canción. Más proyectiles. Retrocedieron los equipos hasta el fondo del escenario para tocar a resguardo. Alcanzaron a completar la tercera canción, pero cuando largaron con la cuarta, la renovada potencia del público hizo que la pedrea llegara hasta el fondo del escenario. Resultado: las chicas se fueron del escenario, mientras un Kurt enfurecido pispeaba desde atrás del telón. Mucho tiempo después nos enteraríamos que estuvo a punto de no salir a tocar y que tuvieron que laburar mucho para convencerlo. Pero salió y largaron un set devastador que incluía "Bleach", "Nevermind" y buena parte de las canciones que luego aparecerían en "Incesticide". Fue glorioso. Eso sí, Kurt vengó a las Calamity de la manera más ácida: amagó tres veces con tocar "Smells like teen spirit", tres veces tocó el riff que abre la canción y, ni bien la gente se puso a saltar, paró. Y no la tocó. En todo el recital. Lo más cómico es que mucha gente se fue recaliente con eso y, bien industria nacional, le echaban a Calamity Jane la culpa de lo ocurrido. Kurt reflejaría el triste episodio en los comentarios del arte interno de "Incesticide".
En mi caso, estaba en la gloria. Me había quedado con la leche del gran himno, como todos. Pero había disfrutado a morir con alhajas que conocía de discos pirata en vivo como "Aneursym" o "Dive". Y, para colmo, con Mele descubrimos que, descolgándonos de una partecita de la platea, podíamos quedar al lado del alambrado que se interponía entre nosotros y la salida de los músicos. Así que nos fuimos los dos para ahí y llegamos en el momento justo en el que pasaban los tres héroes. "¡¡¡Kurt!!!" gritamos con voz desangelada de groupie. Y, maravilloso momento, el héroe levantó la vista, nos vio y nos saludó con la mano. ¿Cómo imaginar que poco más de un año después esa misma mano apretaría el gatillo de la escopeta que terminaría con él y con muchas cosas más?
Mientras volvíamos en el auto con el Negro, Nacho, Ale y Mele, debatíamos sobre el recital, que mis tres compañeros de banda calificaron como "seeehhh". El problema, sostenían, era que la banda "había sonado mal" y que, salvo el batero ,"no tocaban bien". "¿Pero y eso qué carajos importa? ¿Y la energía, y la furia, y las canciones?", exclamé. Ese día descubrí que había una pequeña brecha entre nosotros, una manera distinta de entender el rock, que más tarde resultaría determinante. Pero eso vendría mucho después...

Tuesday, May 09, 2006

Grunge VII: "Stargazer"

No hay nada mejor para el joven soltero que tener una hermana menor. Particularmente si esa hermana menor tiene muchas amigas. Tal era el caso. Mi hermana tenía muuuchas amigas y, en general, bastante bien dotadas por la naturaleza. Claro, yo no me había dado cuenta, ese era el problema. Considerando que en promedio les llevaba cinco años, siempre había visto a las amigas de mi hermana como nenitas. Ni que hablar cuando estaba de novio con Astrid y las iba a buscar fiestitas y boliches. Así, de onda. Para mí, eran criaturas. Hasta que dejaron de serlo y se empeñaron en que me diera cuenta.
Es que otra de las bondades de ser el hermano mayor de tu hermana, es que todas sus amiguitas suelen verte como una suerte de dios inalcanzable. Y si, para colmo, sos un rocker pelilargo que hace portación de banda, la cosa toma status de sueño hecho realidad: tenés tu legión de groupies personal. Cuestión que así se planteaban las cosas. De pronto, para mi sorpresa y alegría, me encontré con que: (a) Las amiguitas de mi hermana habían crecido y ahora eran suculentos bombones de entre 15 y 16 años y (b) esos bombones revoloteaban a mi alrededor, prodigándome sus mejores sonrisas. ¿Podía la vida ser mejor que eso?
Pues bien, entre el mucho material para elegir, terminó imponiéndose una de ellas gracias a una constancia conmovedora. Agustina era el nombre. La nubil era un ejemplo de perseverancia que, de tanto perseguirme y, por sobre todas las cosas, gracias a su caradurismo a prueba de balas que le hacía decirme en la cara cosas que jamás hubiera imaginado en una adolescente de esa edad, terminé sucumbiendo a sus encantos. Una noche, de regreso de la gloriosa experiencia de ver a Nirvana en vivo, me encontré a la chica en casa, aún despierta. Mis viejos no estaban, mi hermana dormía y yo estaba cargo, en teoría. Así que me hice cargo. Astrid volvía al día siguiente de Estados Unidos, así que el intimar con Agustina resultó la llave que faltaba para cerrar definitivamente esa puerta. Y el intimar con Agustina, por otra parte, tuvo el exquisito sabor de lo prohibido. Claro, después me sentí un pervertido, un degenerado y toda la lista de cosas que se les ocurra. ¡Yo era mayor de edad y ella ni siquiera tenía 18! Recuerdo que, cuando confesé lo ocurrido entre mis amigos de siempre, le sumé un par de añitos para sentirme menos mal. En el seno de la banda, que conocían perfectamente a mi hermana y sus amigas, no tuve más remedio que aceptar los hechos y esperar la llegada de la policía.
Pero claro, esto era rock and roll, así que la policía no solo no llegó, sino que recibí las felicitaciones pertinentes. Así que reincidí todo lo que pude hasta que llegaron las vacaciones, Agustina partió a asolearse en alguna playa -al igual que todo ser humano que conocía- y yo me quedé solo en Buenos Aires, a pasar el verano más aburrido de mi vida.