Tuesday, May 09, 2006

Grunge VII: "Stargazer"

No hay nada mejor para el joven soltero que tener una hermana menor. Particularmente si esa hermana menor tiene muchas amigas. Tal era el caso. Mi hermana tenía muuuchas amigas y, en general, bastante bien dotadas por la naturaleza. Claro, yo no me había dado cuenta, ese era el problema. Considerando que en promedio les llevaba cinco años, siempre había visto a las amigas de mi hermana como nenitas. Ni que hablar cuando estaba de novio con Astrid y las iba a buscar fiestitas y boliches. Así, de onda. Para mí, eran criaturas. Hasta que dejaron de serlo y se empeñaron en que me diera cuenta.
Es que otra de las bondades de ser el hermano mayor de tu hermana, es que todas sus amiguitas suelen verte como una suerte de dios inalcanzable. Y si, para colmo, sos un rocker pelilargo que hace portación de banda, la cosa toma status de sueño hecho realidad: tenés tu legión de groupies personal. Cuestión que así se planteaban las cosas. De pronto, para mi sorpresa y alegría, me encontré con que: (a) Las amiguitas de mi hermana habían crecido y ahora eran suculentos bombones de entre 15 y 16 años y (b) esos bombones revoloteaban a mi alrededor, prodigándome sus mejores sonrisas. ¿Podía la vida ser mejor que eso?
Pues bien, entre el mucho material para elegir, terminó imponiéndose una de ellas gracias a una constancia conmovedora. Agustina era el nombre. La nubil era un ejemplo de perseverancia que, de tanto perseguirme y, por sobre todas las cosas, gracias a su caradurismo a prueba de balas que le hacía decirme en la cara cosas que jamás hubiera imaginado en una adolescente de esa edad, terminé sucumbiendo a sus encantos. Una noche, de regreso de la gloriosa experiencia de ver a Nirvana en vivo, me encontré a la chica en casa, aún despierta. Mis viejos no estaban, mi hermana dormía y yo estaba cargo, en teoría. Así que me hice cargo. Astrid volvía al día siguiente de Estados Unidos, así que el intimar con Agustina resultó la llave que faltaba para cerrar definitivamente esa puerta. Y el intimar con Agustina, por otra parte, tuvo el exquisito sabor de lo prohibido. Claro, después me sentí un pervertido, un degenerado y toda la lista de cosas que se les ocurra. ¡Yo era mayor de edad y ella ni siquiera tenía 18! Recuerdo que, cuando confesé lo ocurrido entre mis amigos de siempre, le sumé un par de añitos para sentirme menos mal. En el seno de la banda, que conocían perfectamente a mi hermana y sus amigas, no tuve más remedio que aceptar los hechos y esperar la llegada de la policía.
Pero claro, esto era rock and roll, así que la policía no solo no llegó, sino que recibí las felicitaciones pertinentes. Así que reincidí todo lo que pude hasta que llegaron las vacaciones, Agustina partió a asolearse en alguna playa -al igual que todo ser humano que conocía- y yo me quedé solo en Buenos Aires, a pasar el verano más aburrido de mi vida.

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