Sunday, April 16, 2006

Grunge V: "Today is the greatest, day I've ever known..."

Ayer hablé con Nacho. Nos vamos a juntar a tocar otra vez este jueves... después de 13 años. ¿Qué toca Nacho? El bajo.
Aquella tarde del '92, al llegar a casa ya tenía decidido a quién llamar para tocar el bajo. Definirlo no me costó demasiado, por otra parte, ya que se trataba del único bajista que conocía, fuera del de la banda de mi amigo Fede. Se llamaba Sebastián y había tocado con mi hermano en su antigua banda, llamada Rivendell. Creo que el nombre les da una idea del estilo del combo. Pero si no se las da, se los digo: rock sinfónico. Cuestión que de esa banda saldrían dos miembros de los futuros aspirantes a Radiohead argentinos llamados Jaime Sin Tierra. Pero esa es otra historia: la de los que la pegaron. Esta que cuento es la de los que no. Como Sebastián. Cuestión que le tiro la propuesta al susodicho, que declina por estar enfrascado en un proyecto personal. Sin embargo, me promueve a uno de sus alumnos: Nacho. Voz nasal pero llena de entusiasmo, Nacho argumenta alguna timidez respecto a sus condiciones, pero pronto se entusiasma y accede a estar el sábado a las 5 en lo de Ale. La cosa marcha, ahora solo faltan los equipos.
Nobleza obliga: eso fue un trámite. Y gracias a Fede. Es que, si bien es cierto que no compartíamos gusto musical y que el hecho que me diera "Nevermind" había sido un fenómeno digno de X Files, la realidad es que Fede actuó como nadie para impulsarme a agarrar un micrófono. Yo me pasaba días enteros en su casa, especialmente después de haber cortado con Astrid, poniéndole música y voz a mis letras. Todavía recuerdo una tarde entera llorando mientras escuchaba "Black" una y otra vez, recordando a Astrid. Y Fede siempre firme ahí. Cuestión que nos acostumbramos a sentarnos a la tarde-noche, él con el piano, yo con él micrófono, y él que me estimulaba a cantar, a ir sacándome el miedo y la timidez. Así que, obvio, cuando le conté sobre el evento del sábado no lo dudó. Me prestó micrófono, pie y amplificador. Y me prestó apoyo moral, ya que me acompañó a lo de Ale y se quedó allí, como testigo privilegiado de ese histórico día. Bueno, al menos así imaginaba yo que lo iban a calificar los historiadores del rock algunos años después.
La casa de Ale era... increíble. En Vicente López, a una cuadra de Panamericana, en una cortada, era, en su aspecto exterior, igual a la casa de Juan Salvo, El Eternauta. Quienes saben de qué les hablo pueden imaginar inmediatamente la casa. Quienes no, deberían de dejar de perder sus existencias en trivialidades inconducentes y leer El Eternauta. Cuestión que, como fan del Eternauta, me di cuenta que se trataba de una evidente señal propiciatoria, enviada por las deidades del rock en el momento justo. Por dentro, la casa estaba tan buena como por fuera. O mejor. Planta baja que incluía living, comedor, cocina y patio con parrilla. Una ancha escalera en círculo conducía al segundo piso, donde estaban: el cuarto de las hermanas de Ale; otro cuartito, de profesión indefinida; el santuario rocker de Ale; el cuarto de los viejos y; ahí nomás, pegadito, el sueño del pibe. El sueño del pibe era una buhardilla estrecha, en la que se apilaban montones de deshechos de la vida noventosa: un teclado de computadura en desuso, libros de temas diversos, trofeos de tenis -Ale era un fantástico jugador de tenis-, un banderín de Platense, un poster de Hendrix... Pero, por sobre todo, lo más importante: la bata, los amplificadores, el bajo, la viola. Y la posibilidad de hacer todo el ruido que quisiéramos ya que los viejos de Ale, en un gesto digno de reverencia eterna, se iban al club todo el sábado.
Así que allí estábamos finalmente: Dorian, Ale, Nacho, yo (y Fede). ¿Con qué podíamos largar para testearnos mutuamente? Nirvana, obvio. ¿O no era eso lo que nos había llevado allí en primer término? "Breed", la opción más viable, fue el primer tema que alguna vez tocamos juntos. La adrenalina se disparó inmediatamente por mis venas, pero aún así me mostré contenido, quizás demasiado tímido para mi gusto. Aunque, por suerte, no para el de mis compañeros, porque inmediatamente enganchamos con "Suck my kiss" de los Peppers, sugerida por Nacho. Parece que fue suficiente, porque ahí terminaron las pruebas. Dorian miró a Ale y, con actitud experta, preguntó: "¿Y?". Ale, que seguía sin decir una palabra desde que lo conociera, hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Dorian dijo entonces: "Ale tiene un par de ideas, ¿quieren probarlas?". La pregunta estaba demás. Ale largó con un riff que parecía una mezcla de "Evenflow" de Pearl Jam con un toque rockerito alla Aerosmith. Y yo, un absoluto descarado, me largué a improvisar melodía y letra sobre eso. Enseguida se prendieron Dorian y Nacho con una base potente. De pronto, de la nada, estaba saliendo una canción. ¡Y la estábamos haciendo nosotros! Les garantizo, mis amigos, que esa es una de las sensaciones más cercanas al orgasmo que se puedan experimentar. De hecho, le puse título y todo: "Suicidal love". Le dimos tres, cuatro pasadas, y cada vez sonaba mejor, cada vez nos sentíamos mejor. Allí había algo. Química, le dicen. Cebado, tiré: "¿A ver la otra idea Ale?". Silencioso gesto de aprobación de Ale y disparo de un riff machacante. "Arrancalo lento, y la vamos acelerando", propuse. Y salió "Sheep". Increíble. Un par de horas y ya teníamos dos poderosas aspirantes a canciones. Estábamos hechos el uno para el otro. Yo tocaba el cielo con las manos, y ni que hablar cuando Dorian me dijo: "Me gusta que pelás letras de la nada". Me encomendé a Morrison en agradecimiento por la inspiración.
Ya de noche, mientras volvíamos con Fede, lo ametrallé a preguntas sobre el que para mí había sido el mejor día de mi vida. Por supuesto que no escuché ninguna de sus respuestas. Las oí, sí, pero nolas escuché. Es que las voces dentro de mi cabeza hablaban demasiado fuerte. Estaban de fiesta, descorchando los más finos espumantes en honor del gran suceso: ese día acababa de nacer la primera y la mejor banda grunge de la Argentina.

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