La deificación de la ineficiencia
Viernes, Editorial. Nos sentamos a plantar un libro (para quien no lo sepa, el plantado consiste en el "armado" de un libro o revista, se va página por página definiendo qué va en cada una: fotos, epígrafes, columnas, textos principales, títulos, etc.) cuya fecha de plantado se conoce desde el año pasado. El libro en cuestión es sobre New York, la ciudad más famosa del planeta, sobre la que abunda material de todo tipo. "Bien", propongo, "yo abriría con una imagen característica de la ciudad, sea una toma desde la bahía o desde uno de los edificios, que se vea la línea de rascacielos". La respuesta: no hay tal imagen. De hecho, ¡alegría: no hay ninguna imagen! "Pero no puede ser, pedí las imagenes hace una semana". "Sí, pero el que las busca se fue de vacaciones", me contestan. "Ajá, pero el que se fue de vacaciones sabía que había que hacer esto, que hoy era el plantado, que había que tener las imagenes. ¿Quién quedó a cargo?". "La gente de archivo". Veloz llamado a la gente de archivo. La respuesta que parece un mal chiste: "Dicen que tienen la lista de las cosas, pero que todavía no empezaron a buscar". ¡Buenísimo! Les explico: uno tiene 6 días para escribir estos libros. ¡6 días! Y ya estaba perdiendo el primero porque quien tenía que buscar las imagenes se fue de vacaciones sin asegurarse que el trabajo iba a ser completado (o al menos iniciado) y porque quien quedaba a cargo decidió tomárselo con calma proverbial. Plan B: "Beto, andá escribiendo aquello que no esté directamente vinculado a las imagenes, el lunes nos juntamos y plantamos en 2 horas". Tras mascullar un ok, partí a tratar de aprovechar lo que me quedaba del día laburando.
Lunes. Editorial otra vez. Estamos hablando de New York, les recuerdo. Nos sentamos. "Bien, a ver las imágenes". Diez sobres escuálidos, con tres fotos cada uno. Fotos de la década del 50 (literalmente), todas las imagenes con las Twin Towers o sin ellas (pero no porque estas últimas sean actuales, sino porque son anteriores a la construcción de la torres), ausencias inexplicables: "¿Cómo que no hay fotos del Central Park? ¿Me están cargando? ¡¡¡No puede no haber fotos de Times Square!!! ¿Y las del atentado del 11 de septiembre? ¡¡¡¡No puede no haber fotos de eso, si yo mismo hice la nota cuando fue el atentado y había fotos!!!!". Claramente estamos ante una situación de ineficiencia absoluta, de no tomarse el trabajo de buscar mínimamente. Llamo al archivo -una bomba de tiempo a punto de estallar- y les pido que me traigan TODAS las fotos que tengan de NYC. De pronto aparecen 50 sobres, pero siguen sin aparecer las fotos que hacen falta. Para colmo están todas mezcladas: abrís el sobre que dice "Madison Square Garden" y te aparece el puente de Brooklyn. Cualquier cosa. Y mientras tanto las horas pasan, pierdo otro día, veo cómo no voy a poder ver a unos amigos que quería ver, compruebo que voy a tener que volver a casa y quedarme laburando hasta las mil quinientas, en vez de estar con mi familia, mientras en mi cabeza retumba el "no te estreses, el stress es un disparador de lo que vos tuviste" del médico. Y en el medio, percibo cómo quienes me rodean tienen la loca idea de que yo busque las fotos. Entonces la bomba explota. "Muchachos, es increíble que un libro que debería ser una pelotudez, termine siendo un quilombo por que hay gente que sencillamente no hace su trabajo. Y al no hacerlo nos caga a todos los demás. Yo NO PIENSO buscar las fotos, NO PIENSO hacer el laburo de otro. O si lo hago, que me lo paguen". "Bueno", tratan de explicarme, "Pero sabés como es Fulanito, es medio colgado. Y aca en el archivo, la gente tiene que hacer cosas para otras revistas y...". A esa altura las razones me resbalaban: "Me chupa un huevo. Yo tengo 6 días para escribir este puto libro y ya perdí dos. Y no me pagan millones por hacerlo. ¡Compren imágenes, vayanse a NY a sacar las fotos, lo que se les cante pero basta de pelotudear!". En fin, cuestión que tuvieron que comprar las imágenes.
Pero el tema es lo otro, ese culto a la ineficacia característico de nuestro país. Esa falta de compromiso, ese cagarte en el trabajo ajeno, esa desidia total. Todavía hay idiotas que acusan al estado de ineficiente. Pues bien, acá tenés una situación digna del personaje de Gasalla, pero en una editorial privada. Y no es una excepción a la regla precisamente. El punto no pasa, en la Argentina, por estatal o privado. El punto pasa por una forma de ser, una falta absoluta de educación -no en el plano de los libros, sino educación sobre cómo convivir mínimamente en una sociedad-, el punto pasa por una forma de ser como individualidades, que después se refleja en una forma de ser como país. Y, aunque suene repetido, redundante, cliché: así estamos...
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