Thursday, April 27, 2006

Grunge VI: "Wake up, young man, it's time to wake up..."

El tiempo pasó. Innumerables ensayos que construían un repertorio medianamente decente -o al menos así lo creíamos- y, esto sí es seguro, una amistad de fierro. Contra todo pronóstico, Ale empezó a hablar, dentro de lo que en aquel entonces, y en su caso, podía considerarse hablar. Pasó del silencio absoluto y el lenguaje gestual, que con Fede nos llevó a apodarlo El Mudo, a un compilado de monosílabos que, en ocasiones de gran osadía, se extendían a frases completas. Dorian, a esta altura ya era simplemente El Negro, y era quien hablaba por los dos. La amistad crecía al ritmo de los ensayos, las pausas entre ellos (que nos llevaron al mágico mundo conformado por la heladera y la alacena de Ale y, particularmente , a las tortas de su abuela, una delicia que -si hubieramos seguido el ejemplo de Pearl Jam- podrían haberle dado el nombre a la banda. Pero la creatividad no nos dio para tanto y nos limitamos a empacharnos de torta. Y también a digitar todo tipo de salidas nocturnas. Es que Ale y el Negro eran una suerte de máquinas de salir, algo bastante lógico si tenés 18 años. Así fue que una vez, mientras volvíamos de lo de Ale hacia lo del Negro, los muchachos me metieron tanta presión que me convencieron de las bondades de retomar la vida nocturna.
Mi resistencia venía a cuento de mi corazón roto. Veamos, como les conté alguna vez, Astrid era una mina bárbara, pero tenía algún que otro problemita. Uno de los más importantes era un desconocimiento absoluto de lo que pretendía para su vida. No les hablo de un proyecto de vida, les hablo de qué hacer de acá a la hora que viene. Cuestión que ante mi negativa a sus sugerencias matrimoniales (¡teníamos 20 años!) se terminó tomando el buque. Sí, señor. Una noche, caminando por Palermo, mi mundo se derrumbó cuando me anunció que partía para Estados Unidos para estudiar, en principio, durante 2 meses. Podrán imaginar cómo terminó esa historia. No, no fue un final feliz. La piba se fue a Estados Unidos, estuvo el tiempo planteado, la pasó bomba, comenzó a encontrar algo que hacer de su existencia y volvió... solo para anunciarme que se iba de vuelta para quedarse dos años. Digamos que, tras esto, me juntaban con cucharita.
Y digamos también que, lógicamente, mi refugio fue la banda. Vivía para la banda: escribía letras de manera serial, barajaba nombres, tipografías para el nombre, buscaba lugares para tocar en la aún lejana fecha del debut, diseñaba nuestra imagen y, por supuesto, ensayaba y componía junto al resto de la banda. Pero en ese enfrascamiento, prefería no salir, no contactarme con el mundo exterior. El corazón, ahora lo sé, es un músculo de lo más elástico. Pero en aquel entonces todavía lo creía de cristal... y lo habían roto en mil pedazos.
Hasta que, de tanto empujar, el Negro y Ale me convencieron. Con lo que ingresé en un periplo tan extremo como inédito: de pronto salía miércoles, jueves, viernes, sábados... La idea era siempre "hacer algo", lo que fuera, pero hacer algo. Salíamos a ver bandas, a tomar algo, a ver videos -en esa época MTV y Much Music eran palabras que uno solo leía en las revistas, entonces un bar que habíamos descubierto en San Isidro, sobre Libertador, que pasaba videos de bandas, era todo un evento- y a Majadaonda. Habíamos convertido a Majada en nuestro reducto rocker: era el único lugar del que los tres salíamos satisfechos ya que los tres podíamos escuchar canciones de bandas que teníamos en común, como de aquellas que no. Así desfilaban Stones, Zeppelin, Doors, Clash, The Cure, U2 y otros clásicos. Pero también, de pronto, se animaban y pasaban esa "música nueva": de pronto, para nuestra inconmensurable alegría, aparecían Nirvana, Pearl Jam, Black Crowes, Metallica, Faith No More y los Chili Peppers. Todo era descubrimiento para mí: nuevos amigos, una banda y, básicamente, toneladas de libertad. Así fue como empecé a restañar mis heridas románticas.
Al que no lo sacábamos ni a ganchos era a Nacho. Él era más serio y arguía sus múltiples obligaciones -estudiaba Derecho, estudiaba bajo, laburaba de cadete- y, en el fondo, era muy tímido. Así que eran contadas las ocasiones en la sque contábamos con su presencia. De todas maneras, lo de Ale y lo del Negro se volvieron mis segundas casas. Me las pasaba ahí, o en la Facultad, donde mi creatividad se había disparado a pleno y había fundado una revista -"Nueva Roma" era el nombre- con la que despuntaba el vicio literario-periodístico. Y, por supuesto, estaba el laburo: era mozo en un bar del recientemente inaugurado Paseo Alcorta. Laburo cuyo sueldo y propina -beneficios de vivir con papi y mami- estaban destinados exclusivamente a dos cosas: comprar discos y ahorrar para ir a ver a Nirvana. Digamos que hacía 360 mil cosas, pero estaba desbordado de energía, así que no me costaba demasiado. Cuestión que una de esas veces en que vagaba por las calles de Buenos Aires, mi vista registró un pequeño cartelito pegado en una parada de bondi. El mismo, con un dibujo pseudo azteca, rezaba: "Tabasco. Rock and roll. República de la India y Las Heras. Sábado inauguración". Nada más. Y nada menos...

Sunday, April 16, 2006

Grunge V: "Today is the greatest, day I've ever known..."

Ayer hablé con Nacho. Nos vamos a juntar a tocar otra vez este jueves... después de 13 años. ¿Qué toca Nacho? El bajo.
Aquella tarde del '92, al llegar a casa ya tenía decidido a quién llamar para tocar el bajo. Definirlo no me costó demasiado, por otra parte, ya que se trataba del único bajista que conocía, fuera del de la banda de mi amigo Fede. Se llamaba Sebastián y había tocado con mi hermano en su antigua banda, llamada Rivendell. Creo que el nombre les da una idea del estilo del combo. Pero si no se las da, se los digo: rock sinfónico. Cuestión que de esa banda saldrían dos miembros de los futuros aspirantes a Radiohead argentinos llamados Jaime Sin Tierra. Pero esa es otra historia: la de los que la pegaron. Esta que cuento es la de los que no. Como Sebastián. Cuestión que le tiro la propuesta al susodicho, que declina por estar enfrascado en un proyecto personal. Sin embargo, me promueve a uno de sus alumnos: Nacho. Voz nasal pero llena de entusiasmo, Nacho argumenta alguna timidez respecto a sus condiciones, pero pronto se entusiasma y accede a estar el sábado a las 5 en lo de Ale. La cosa marcha, ahora solo faltan los equipos.
Nobleza obliga: eso fue un trámite. Y gracias a Fede. Es que, si bien es cierto que no compartíamos gusto musical y que el hecho que me diera "Nevermind" había sido un fenómeno digno de X Files, la realidad es que Fede actuó como nadie para impulsarme a agarrar un micrófono. Yo me pasaba días enteros en su casa, especialmente después de haber cortado con Astrid, poniéndole música y voz a mis letras. Todavía recuerdo una tarde entera llorando mientras escuchaba "Black" una y otra vez, recordando a Astrid. Y Fede siempre firme ahí. Cuestión que nos acostumbramos a sentarnos a la tarde-noche, él con el piano, yo con él micrófono, y él que me estimulaba a cantar, a ir sacándome el miedo y la timidez. Así que, obvio, cuando le conté sobre el evento del sábado no lo dudó. Me prestó micrófono, pie y amplificador. Y me prestó apoyo moral, ya que me acompañó a lo de Ale y se quedó allí, como testigo privilegiado de ese histórico día. Bueno, al menos así imaginaba yo que lo iban a calificar los historiadores del rock algunos años después.
La casa de Ale era... increíble. En Vicente López, a una cuadra de Panamericana, en una cortada, era, en su aspecto exterior, igual a la casa de Juan Salvo, El Eternauta. Quienes saben de qué les hablo pueden imaginar inmediatamente la casa. Quienes no, deberían de dejar de perder sus existencias en trivialidades inconducentes y leer El Eternauta. Cuestión que, como fan del Eternauta, me di cuenta que se trataba de una evidente señal propiciatoria, enviada por las deidades del rock en el momento justo. Por dentro, la casa estaba tan buena como por fuera. O mejor. Planta baja que incluía living, comedor, cocina y patio con parrilla. Una ancha escalera en círculo conducía al segundo piso, donde estaban: el cuarto de las hermanas de Ale; otro cuartito, de profesión indefinida; el santuario rocker de Ale; el cuarto de los viejos y; ahí nomás, pegadito, el sueño del pibe. El sueño del pibe era una buhardilla estrecha, en la que se apilaban montones de deshechos de la vida noventosa: un teclado de computadura en desuso, libros de temas diversos, trofeos de tenis -Ale era un fantástico jugador de tenis-, un banderín de Platense, un poster de Hendrix... Pero, por sobre todo, lo más importante: la bata, los amplificadores, el bajo, la viola. Y la posibilidad de hacer todo el ruido que quisiéramos ya que los viejos de Ale, en un gesto digno de reverencia eterna, se iban al club todo el sábado.
Así que allí estábamos finalmente: Dorian, Ale, Nacho, yo (y Fede). ¿Con qué podíamos largar para testearnos mutuamente? Nirvana, obvio. ¿O no era eso lo que nos había llevado allí en primer término? "Breed", la opción más viable, fue el primer tema que alguna vez tocamos juntos. La adrenalina se disparó inmediatamente por mis venas, pero aún así me mostré contenido, quizás demasiado tímido para mi gusto. Aunque, por suerte, no para el de mis compañeros, porque inmediatamente enganchamos con "Suck my kiss" de los Peppers, sugerida por Nacho. Parece que fue suficiente, porque ahí terminaron las pruebas. Dorian miró a Ale y, con actitud experta, preguntó: "¿Y?". Ale, que seguía sin decir una palabra desde que lo conociera, hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Dorian dijo entonces: "Ale tiene un par de ideas, ¿quieren probarlas?". La pregunta estaba demás. Ale largó con un riff que parecía una mezcla de "Evenflow" de Pearl Jam con un toque rockerito alla Aerosmith. Y yo, un absoluto descarado, me largué a improvisar melodía y letra sobre eso. Enseguida se prendieron Dorian y Nacho con una base potente. De pronto, de la nada, estaba saliendo una canción. ¡Y la estábamos haciendo nosotros! Les garantizo, mis amigos, que esa es una de las sensaciones más cercanas al orgasmo que se puedan experimentar. De hecho, le puse título y todo: "Suicidal love". Le dimos tres, cuatro pasadas, y cada vez sonaba mejor, cada vez nos sentíamos mejor. Allí había algo. Química, le dicen. Cebado, tiré: "¿A ver la otra idea Ale?". Silencioso gesto de aprobación de Ale y disparo de un riff machacante. "Arrancalo lento, y la vamos acelerando", propuse. Y salió "Sheep". Increíble. Un par de horas y ya teníamos dos poderosas aspirantes a canciones. Estábamos hechos el uno para el otro. Yo tocaba el cielo con las manos, y ni que hablar cuando Dorian me dijo: "Me gusta que pelás letras de la nada". Me encomendé a Morrison en agradecimiento por la inspiración.
Ya de noche, mientras volvíamos con Fede, lo ametrallé a preguntas sobre el que para mí había sido el mejor día de mi vida. Por supuesto que no escuché ninguna de sus respuestas. Las oí, sí, pero nolas escuché. Es que las voces dentro de mi cabeza hablaban demasiado fuerte. Estaban de fiesta, descorchando los más finos espumantes en honor del gran suceso: ese día acababa de nacer la primera y la mejor banda grunge de la Argentina.

Friday, April 07, 2006

Grunge IV: "Come as you are"

El otro día andaba por Cabildo y Juramento, donde había ido a encontrarme con un ilustrador amigo para charlar sobre un proyecto que tenemos. Y claro, ya las palabras Cabildo y Juramento para cualquiera que ande en el mundillo rockero -como músico o como melómano- tienen un significado propio. Ausente de toda originalidad, mi caso no es la excepción. Así que, como siempre me pasa, salí disparado hacia atrás en el tiempo, a una tarde de 1992.
El contraste entre el aspirante a abogado de apenas un año antes y el aspirante a Kurt Cobain de ese año era, con lo menos, importante, o tal vez cómico. Me encontraba abocado a la búsqueda desesperada de la gente idónea para armar una banda, la primera. Es que alguna vez había canturreado tímidamente en un combo que quería emular a Pink Floyd -y me habían mostrado la roja por que mis virtudes como cantante emulaban a las de Kuproviesa para jugar al fútbol-, y había desertado de otro cuando yo quería aprovechar la presencia de teclados para hacer algo tipo Faith No More, pero el guitarrista los quería usar para hacer Deep Purple y el tecladista flasheaba con el último de Fito Páez. Sí, ya sé, parece deforme, pero cualquiera que alguna vez haya intentado juntarse a tocar con otras personas sabe perfectamente que se trata de una búsqueda semejante ala del Grial: interminable y de resultados inciertos. Pero bueno, mi experiencia musical se reducía a eso y a un año de clases de bajo, abruptamente suspendidas por mis padres cuando mis calificaciones escolares revelaron que me interesaba más Rock I que Química IV. Eso sí, desbordaba de entusiasmo. Yo quería haber nacido en Seattle. No podía, ya era tarde. Pero al menos pretendía traspolar la movida acá. Quería ser el adalid del grunge argentino. No sabía cantar ni tocar un instrumento, pero eso no iba a ser impedimento para cumplir mi destino. Soñaba, y soñaba en grande. No andaba con boludeces. Todavía no tenía banda y ya imaginaba todas las bandas amigas con las que ibamos a protagonizar la movida, el sello independiente que nos iba a sacar los discos, las fotos con ojos de pez, las bermudas, el sudor, las guitarras destrozadas, el mosh... En mi cabeza estaba todo dibujado. Incluso el disco homenaje al amigo muerto, al estilo Temple of the Dog, que obviamente iba a escribir yo, aunque no supiera escribir música y no tuviera ningún amigo muerto. Claro, de tanto parlotear sobre mis sueños en las clases de la facultad, un día mi amiga Luanda me dijo: "Mi hermano toca la batería, y el mejor amigo toca la guitarra. Y a los dos les gustan esas bandas que te gustan a vos". ¡¡¡Llame ya!!! Así que, tras los telefonazos pertinentes, me encontré subido al 67, camino a Cabildo y Juramento, donde me esperaba el hermano de Luanda.
Dorian era el nombre. Sí, como Dorian Gray. El muchacho era suizo-brasileño, y había vivido 8 años en Uruguay, 8 en Río y, a esa altura, hacía 2 que estaba en Argentina. Pero esos detalles los conocería más tarde. Ahora el tema era reconocer a alguien que no había visto nunca en mi vida.
Igual no fue difícil: un negro con barba candado, trenzas -no dread locks - en el pelo, aros en las orejas, un pantalón arruinado "a la grunge mode" y una remera de Pearl Jam no era lo que uno encontraba a diario por las calles porteñas en 1992. Así que marchamos a charlar a San Cayetano, un barcito sobre Juramento, apenas pasando Cabildo. El mismo en el que me encontraría 15 años después para armar el proyecto con el ilustrador. Un ratito después llegó Ale, el amigo de Dorian. Toneladas de pelo ensortijado que caían sobre la cara al mejor estilo Slash, pantalón jogging semidestrozado con logito de Van Halen y una remera del Pato Lucas, componían el aspecto del susodicho. Empezó el parloteo pertinente (en realidad entre Dorian y yo, ya que Ale hacía gala de un enigmático mutismo): que qué te gusta, que qué querés hacer, que cuánto hace que estás en esto del rock... ¡Uy! Esa última pregunta me la complicaba, mi experiencia -queda claro- era casi inexistente. Así que tiré el buzón y acredité pasos por numerosas bandas previas. Que bueno, que probemos, que en lo de Ale hay un altillo y se puede tocar. Yo estaba en éxtasis, esto no podía ser tan bueno. Así debió haber sido el primer encuentro de los Doors, de la Velvet, de Jane's Addiction, de Nirvana... "El tema es el bajista. ¿Quién toca el bajo? ¿Vos?" ¡Penal! Ni había pensado en eso de tanto fervor. Argumenté que no, que yo quería cantar sin instrumentos, un tema de puesta en escena, de influencias, ¿me entendés? Pero no importaba, yo iba a conseguir a un bajista amigo que la rompía. El único problema era que no tenía la más remota idea de quien podia ser ese bajista, pero ese no era el punto en ese momento. Y entonces, Dorian casi me saca de la cancha en una maniobra de último recurso cuando, muy suelto de cuerpo tira: "Y hay que ver los equipos, ¿qué micrófonos tenés? ¿Tenés caja de voz?". ¡Ah! ¿Cómo? ¡¿Había que tener todo eso?! Pelé la verdulería entera y dije que sí, que iba a llevar todo lo que hiciera falta. Que tenía un amigo con el que habíamos tocado en otro proyecto y que vivía cerca de lo de Ale, así que él me podía prestar las cosas. "Listo, entonces quedamos el sábado a las 5 en lo de Ale?". Quedamos.
Mientras volvía en el 67, proyectando el arte de tapa del primer disco, me preguntaba de dónde carajos iba a sacar un bajista para dentro de tres días y si Fede -el amigo que vivía cerca de lo de Ale, aquel que me había introducido al Nirvana del grunge y con quien mi máximo proyecto musical había sido cantar canciones borrachos en un karaoke- no tendría alguna fecha o ensayo con su banda ese día, a esa hora, con los equipos que yo pensaba tomar prestados...