Monday, November 13, 2006

Grunge XXV: "Bad dream, come true"

Surgió una fecha en un lugar con nombre no demasiado rockero: Adianchi. Ya no recuerdo si el lugar estaba ubicado en Caballito o Chacarita, pero sí que -a pesar del nombre- estaba bastante bueno. Con forma de L, el escenario se encontraba al final del palito largo, mientras que el palito corto constituía el lugar en el que estaba la barra y las mesas. No ibamos a tocar solos, sino con una banda cuyo nombre no recuerdo tampoco. Sí recuerdo que venían de zona norte y que se presentaron a sí mismos como un ensamble que combinaba psicodelia y hard rock, con especial afecto tanto hacia los Doors como hacia Zeppelin. Nos juntamos en un bar de Martínez para definir lo de siempre: el orden, los equipos, las entradas y todo lo típico que se define en esas ocasiones. Parecían buena gente, charlamos y terminamos acordando que abriríamos nosotros.
Llegó el día y las expectativas eran las mejores. El lugar estaba bueno, había un montón de gente y la otra banda era de un palo musical cercano al nuestro, mucho más que en los otros shows. Pero claro, las cosas suelen desmadrarse cuando uno menos lo espera. Y esa noche tenía destino de desmadre. Digamos que mi progresiva calentura comenzó cuando, en el aglomeramiento de gente previo al show, Agustina exclamó: "¡Alfonso!" y corrió a saludar al susodicho. Alfonso era un muchachito que Agustina conocía de la vida. Muy fachero él, pero inconcebiblemente pelotudo. Amante de andar a altas velocidades en su motocicleta, había sobrevivido de milagro después de que se lo llevara puesto un bondi. Sin embargo, postrado en su silla de ruedas, había declarado que no veía la hora de volver a subirse a su moto. En fin, desde mi apreciación personal, esa había sido la confirmación de que el tipo era un pelotudo. Pues bien, el tipo estaba allí, ya recuperada su movilidad y tan boludo como siempre. Pero tan fachero también y, claro, Agustina no conseguía disimular la baba que se le derramaba cada vez que se encontraba con el susodicho. Cuestión que mi mal humor se encendió en ese momento. Ni hablar cuando subimos a tocar y, en vez de verla en primera fila, admirando en éxtasis a su novio rocker, la veo a un costado, de gran charla con el muñecote durante todo el recital. Amigos, vuestro servidor estaba hecho una furia, pero se dijo a sí mismo: "vamos a canalizar esta energía negativa para hacer un show de aquellos". Pero claro, los astros no estaban alineados aquella noche, porque comenzaron otro tipo de problemas. El primero de ellos tenía que ver con el sonido, un verdadero desastre. Era casi imposible cantar por cualquiera de los dos micrófonos, apenas Ale o yo nos acercábamos mínimamente a ellos, se desencadenaba una tormenta de acoples que hacían casi imposible tocar una canción con un mínimo de normalidad. Mis requerimientos al sonidista de que hiciera algún esfuerzo por corregir un problema que era autoevidente, chocaron contra un pequeño detalle: el tipo ni siquiera estaba en la consola, se había sentado a un costado, birra en mano y se estaba chamuyando una señorita. Como si esto fuera poco, súbitamente el escenario se desmoronó. Sí, sí, no hay exageración en esto. Se trataba de una tarima alta de madera, que se venció justo debajo de la batería. Así, en medio de uno de los temas, parte de la bata -incluido el Negro- descendió dentro del escenario. Fue la gota que rebalsó el vaso. En ese momento, volví a pedirle al sonidista que hiciera algo al respecto. Su respuesta fue nula y claro, su servidor es muy tranquilo, pero cuando se enoja, lo hace de muy mala manera. Un velo rojo cubrió mi vista y, en medio del tema que estábamos tratando de tocar, tiré a la mierda el micrófono con su pie -luego me enteré que no fue a la mierda, sino contra la anatomía de una de las hermanas de Ale-, me bajé del escenario y lo fui a encarar al sonidista. Lo agarré de la solapa, lo puse contra la pared y le espeté: "Escuchame, la concha de tu madre, te estamos garpando para que hagas sonido no para que te chamuyes minitas. Mientras vos te hacés el galán, no se puede tocar porque esto es puro acople, y encima se hunde el escenario. Hacé sonar esos micrófonos si no queres que te los entierre por el ojete. ¿Me entendiste?". Se ve que entendió, porque arregló el escenario con unas tablas, y mágicamente los micrófonos dejaron de acoplar. Así que pudimos terminar el show, lo que a esa altura no era poco. Pero claro, el show ya estaba perdido. Y encima llegó el turno de la otra banda que, con los problemas de sonido y escenario ya corregidos, pudo despachar un recital de puta madre. Claro, la mala noche no iba a terminar así nomás. Porque mientras con Agustina veíamos la performance ajena, y yo guardaba silencio, encabronado por todos los lados imaginables, pero particularmente con ella por lo previamente narrado; bien, en ese momento, en ese estado, ella tira, así como si nada que es la manera en la que solía decir las cosas: "¡Qué bien canta este flaco! Amor, vos deberías tomar clases".

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