Thursday, August 10, 2006

Grunge XVII: "Evenflow"

Llegamos al gran día después de "concentrar" en lo de Ale. Hacia la tarde noche fuimos a hacer la prueba de sonido al Parakultural. El único problema que teníamos era que Nacho estaba engripado y con fiebre, la cual aumentaba a medida que se acercaba la hora señalada. Evidentemente, cada uno somatizaba a su manera. Pero Nachito no estaba dispuesto a claudicar justo en ese momento, así que nuestro temor a tener que debutar sin bajista -porque lógicamente no pensábamos suspender- se evaporó rápido. Era un día húmedo y amenazaba lluvia, y eso estaba bien, porque era el clima característico de Seattle, así que podíamos dejar volar la imaginación, más allá que entre San Telmo y Seattle hay pequeñas pero perceptibles diferencias. Así que probamos sonido nomás. El asunto era así: primero tocábamos nosotros, y después Scherzo. Así que ellos nos hacían el sonido a nosotros, y nosotros a ellos. Mientras probábamos, Morris, el batero de Scherzo, nos prendió las luces audiorrítmicas. Algo tan sencillo me pareció sencillamente fascinante: ¡las luces se movían al ritmo de la música que nosotros habíamos creado! Desde que llegamos al Parakultural, yo estaba como en una cápsula lanzada a mil kilómetros por hora. Era una extraña sensación de irrealidad, disparada por toneladas de adrenalina. Escuchaba a los chicos de Scherzo que, desde la otra punta del Parakultural, preguntaban si estaban bien el volúmen, si quería algo más de cámara, más graves o más agudos. Y yo, diciendo que sí, que sí, que todo bien, wathever... ¡toquemos ya!
Había dos posibilidades en el Parakultural: tocar abajo, en un espacio más tipo cueva, el lugar original en donde habían tocado montones de héroes del rock nacional; o hacerlo arriba, en un espacio nuevo que estaba más bien dedicado a obras de teatro. Nos tocó arriba, por suerte. Es que yo no quería una cueva, por más pergaminos que tuviera. Yo quería un espacio bien grande, como el de arriba, con un escenario bien ancho y espacioso como el de arriba. Eso sí, el de arriba tenía un pequeño problemita: estaba MUY arriba. Era un escenario realmente alto, desmesuradamente alto. Con decirles que la puerta de acceso para el público estaba debajo del escenario. Era casi, como tocar desde el techo de una casa. Y eso, para alguien que tiene vértigo, puede resultar arduo. Bueno: yo tengo vértigo, mucho vértigo. Así que mi dilema era, como hacer para sacarme como a mí me gusta y como la ocasión me lo pedía, sin terminar para lizado por el vértigo, o cayéndome del escenario. No les voy a negar que una caída desde esas alturas hubiera estado verdaderamente pletórica de rock, pero me parecía un tanto prematuro esa sobredósis de rock para nuestro público en nuestra primera presentación. Así que me encomendé a Morrison, a Iggy Pop, a Ozzy y a todos los héroes saltarines del rock, y decidí olvidarme del tema hasta que comenzara la cosa. Ahí vería qué hacer, o tal vez no vería nada.
Nos fuimos a comer algo con los Scherzo que, entre tira de asado y chori, nos daban ánimos y sostén psicológico. Y, cuando volvíamos, la cosa se empezó a poner candente. Había una cola frente a la puerta del Parakultural. Una cola larga en serio, que llegaba a la esquina y doblaba. Seamos sinceros, habíamos vendido todas las entradas, es cierto. Eran doscientas entradas, también eso era cierto. Tan cierto como que ni por asomo pensábamos que la gente que había comprado los tickets iba a venir. Calculábamos que lo habían hecho de onda, y que si venía un tercio de los compradores estábamos hechos. Pero no, ahí no solo estaban los doscientos, sino que habían traído más. Y además estaba el público de Scherzo. Así que nos detuvimos, cada uno saludando y charlando con aquellos que habían venido por uno. Y entramos. Les dije que mi sensación de irrealidad era tremenda, ni que hablar cuando la gente empezó a entrar. Nosotros estábamos arriba del escenario, aunque con las luces apagadas, pispeando desde allá arriba, como el lugar se iba llenando rápido, muy rápido. En 15 o 20 minutos estaba totalmente repleto por no menos de trescientas personas. ¡Y nos venían a ver tocar! No podía ser cierto, pero era. El sonido de decenas de charlas llenaba el lugar y desde nuestro escondrijo nos dedicábamos a individualizar quiénes estaban ahí. Estaban mis compañeritos de la facultad, mis amigos de toda la vida, mi hermano y sus amigos, mi hermana y sus amigas, mis viejos, una banda llegada desde Castelar, donde habíamos hecho la amistad con mucha gente a través de Mariana, mi amiga de la Facultad. Y estaban Agustina e Isa. Yo ya había elegido, pero tenía una jugada en la manga que pretendía fuera la definitoria. Y pensaba hacerla esa misma noche. Estaba sumergido en el torbellino de mis pensamientos, cuando de pronto, como desde muy lejos, penetrando de a poco en mi conciencia hasta llenarlo todo, me di cuenta que el público aplaudía rítmicamente, pidiendo que empezáramos...
Entonces, se prendieron las luces y quedamos de frente a ellos, haciendo exactamente lo que se hace en esa situación: probar por enésima vez que todo esté bien, aunque se sepa que lo está. Un redoble de tambor, un acorde guitarra, un par de notas de bajo, le "hola, hola" del micrófono. Y la pregunta pertinente al público. "¿Se escucha?". "¡¡¡¡¡Síiiii!!!!!", responden a la obviedad, pero con la mejor onda. "Bueno", les digo, "Vamos a rockear". Largamos con "Suicidal love", a esa altura el que sería nuestro tema de apertura habitual. Le seguiría el resto del repertorio: "Sheep", "Tan mal", "El jit", "Aint talkin' about love" (que dedicamos a nuestra amiga Carolina, gran fan de Van Halen), "Abismos", el tema instrumental al que anuncié con una seguidilla de boludeces del tipo "ahora los dejo con los tres maestros, que van a interpretar para ustedes una pieza de cámara en do menor andante" o algo por el estilo que es mejor olvidar. El público estaba inexplicablemente en llamas. Probablemente en una mezcla de muy buena onda hacia nosotros, apreciable cantidad de cerveza, pasión por el rock y quién sabe qué más, se portaban como si estuvieran viendo una verdadera banda y no un compilado de pretenciosos -particularmente el cantante- aspirantes a estrellas de rock. Pero imagino que, al mismo tiempo, nuestra honestidad brutal, hecha de inocencia, inexperiencia y las mejores intenciones, y expresada en una energía exuberante, terminó contagiándolos. Ni hablar cuando disparamos "En el borde", "Evenflow" -mi cuelgue tras el solo pasó desapercibido, aunque lo que no pasó despercibido fue mi dedicatoria a Isa, que creó la conmoción deseada entre mi pequeño grupo personal de fans femeninas - y cerramos con "Zero". La potencia de ese cierre terminó de convencerlos. Fuimos despedidos con una ovación cerrada y un pedido de bises que no pudimos complacer, simplemente por las limitaciones de nuestro repertorio. Pero no importó, todo había sido incluso mejor que el mejor de nuestros sueños. Cuando bajamos del escenario fuimos cubiertos con un manto de triunfo. Las caras con las consecuentes felicitaciones nos ametrallaban sin darnos respiro. Nos profetizaron grandes futuros, nos prometieron gloria, nos garantizaron sueños. Y nosotros, abrigados por una felicidad inconmensurable, nos dedicamos a degustar el empalagoso fruto de la victoria.

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