Grunge X: "Singles"
En febrero todos habían vuelto de sus vacaciones y retomamos los ensayos. La lista crecía: "Sheep" era una suerte de monstruo que arrancaba con un riff pesado e iba creciendo rítmicamente hasta explotar en un final casi hard core, "Suicidal love" era un hard rock a la Pearl Jam, con un vago tufillo a Evenflow; "En el borde" tenía estrofas sincopadas que buscaban emular a Soundgarden, pero con un coro con voces armonizadas y espíritu más pop; "Tan mal" era un engendro que quiso ser un blues y parecía un mal tema de los Redonditos de Ricota (claro, bueno es aclararlo: nosotros no nos dábamos cuenta que era realmente malo); después estaba "El jit", una canción muy pop que había traído Nacho y que no nos convencía, pero nos daba no se qué decirle eso a Nacho, así que decidimos escribir una letra con Ale que ironizara sobre el pop chicle a lo FM Hit, y agregarle a la canción una coda punk rockera, para darle credibilidad y volverlo ácida; después estaba "Abismos", una canción instrumental a la fuerza, ya que a mí me hubiera encantado aprovechar los climas que tenía para hacer un tema a lo Alice In Chains, pero la realidad era que los chicos no querían que la arruinara con mi voz y, si bien no me lo dijeron, pude darme cuenta, así que quedó instrumental nomás. Bien, a este repertorio se agregaban dos covers: "Breed" de Nirvana, a instancias mías, y "Haciendo cosas raras" de Divididos, a instancias de Ale y el Negro, que en ese momento estaban en plena fascinación con la aplanadora del rock. Ocho canciones en menos de seis meses de existencia era todo un logro. Y las tocábamos con pasión. Tanta era la que yo ponía en particular, que ese -además de nuestra creciente amistad- debe haber sido el único motivo real de mi permanencia en la banda, considerando mis graznidos de fiera enjaulada. Que se entienda bien, no es que yo tuviera mala voz. Siempre tuve un registro y un timbre aceptables. Tampoco el problema pasaba por que yo no tuviera técnica para cantar. A pesar de que mi voz sonaba nasal y sin cuerpo, porque la sacaba de la garganta, a pesar de que no sabía regular el aire, ni mantener el caudal de voz por demasiado tiempo, a pesar de que desconocía como llegar a notas más altas y unos cuantos secretos indispensables del canto; igual conseguía que mi voz sonara bastante parecida a la de Kurt Cobain.
El problema empezó cuando me enamoré de Soundgarden.
Porque empecé a pretender cantar como Chris Cornell y claro, no me daba. No me dio ni cuando estudié canto, imagínense entonces. El resultado era que, cuando cantaba las partes graves, dentro de todo zafaba, pero de pronto me quería despachar con agudos alaridos cornellianos y, con mucha suerte, parecía que estábamos imitando a AC/DC. A eso había que sumarle mi desconocimiento total del concepto de llevar el ritmo junto a la banda. Y, si bien, eso mejoró ostensiblemente con el paso de los ensayos, todavía me costaba entrar en tempo al principio de las canciones, o después de un solo, por ejemplo.
Evoquemos: cuando recién empezamos con los ensayos yo había acreditado experiencias previas que nunca había tenido. Los chicos no tardaron demasiado en darse cuenta de ello. Un día, más o menos al décimo ensayo, el Negro paró en medio de una canción y me dijo: "Albert, el tempo. Tenés que seguir el tempo". Mi expresión de supina ignorancia lo debe haber dicho todo, porque instantáneamente me preguntó: "¿Sabés lo que es el tempo?". Mutismo de mi parte. "¿Viste cuando vas a la cancha y cantás "Y dale, y dale, y dale Boca dale" y movés el brazo así?", me explicó, mientras hacía el rítmico gestito con el brazo, "Bueno, eso es el tempo". Tengo que reconocer que nunca nadie me explicó un concepto musical de manera más didáctica y sintética.
Cuestión que desde aquel hecho, mejoré bastante, aunque no lo suficiente. Y encima estaba el síndrome Cornell. ¿Pero saben qué? No importaba. Eramos hermosamente irresponsables. Lo importante era que rockeabamos y que, como dije antes, yo prometía... al menos en presencia escénica. Cuando tocábamos me desataba como un poseído. Todavía tengo grabada la cara de la hermana de Ale, una tarde en la que entró al cuartito mientras ensayábamos "Breed", para decirnos que nos llamaban por teléfono. Yo estaba totalmente sacado y, como suele ser en esos casos, había cerrado los ojos y daba vueltas por el cuartito sin control, hasta que caí al suelo entre alaridos de "she said, said, said". Terminó la canción y escuché las risas de los chicos. Abrí los ojos y me encontré con la hermana de Ale -en esa época una infanta de 13 años- mirándome desde arriba con cara de "quién metió a este enfermito en casa". En fin. Pero a los chicos eso les gustaba, así que...
Cuestión que por esa época se produjo un hecho de esos que con un amigo solemos calificar de "un paso más en la batalla", parodiando a los metaleros. Llegó a estos pagos "Singles" o "Vida de solteros". Sí señores, aquella película, Biblia de cualquier amante del grunge, sobre la que habíamos leído en las revistas, iba a ser estrenada en la Argentina. Como se imaginarán, corrí a verla, acompañado por mi hermana y una amiga. En el cine eramos tres gatos locos, entre lo que se contaban dos viejas que se habían metido porque leyeron en el diario que era una "comedia". Cómo explicarles la emoción, el excite, el delirio cuando finalmente pude ver a la Seattle grunge -bueno, a la versión Cameron Crowe de la Seattle grunge- en pleno 1993, cuando la cosa todavía estaba fresquita. El solo hecho de ver escrito Mother Love Bone en una pared, o de ver a los miembros de Pearl Jam actuar era una invitación a las lágrimas. Pero, por sobre todas las cosas, llegó el climax, el momento en el que creo que estuve a punto de colapsar de felicidad: ver a Alice In Chains y a Soundgarden en vivo en tamaño pantalla de cine. En ese momento creía que no había nada mejor posible. Claro, todavía no había ido a Tabasco...
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