Grunge XIX: "Sweet little angel, you should have run..."
A Agustina la habían echado del colegio por quilombera y, si bien eso tenía bastante rock, ella estaba triste porque lógicamente implicaba tener que ir a otro lado y no poder terminar con sus amigas. Cuestión que, a pesar de mi dedicatoria de "Evenflow" a Isa, yo tenía más que claro que la que me interesaba era Agustina y que lo que estaba haciendo era amagar para un lado, para salir por el otro. Y funcionaba, porque Agustina, pensando que me interesaba Isa, redoblaba sus esfuerzos por llamar mi atención. Solía venir por casa y charlábamos mucho. Y no desperdiciaba ocasión para llamarme el ojo. Ejemplo: yo tenía que sacar el perro a que hiciera sus cosas. Está lloviendo. Agustina se ofrece a acompañarme. Le recuerdo que está lloviendo. "No importa", me dice, "me encanta caminar bajo la lluvia". Así que me acompaña nomás... luciendo una remerita blanca. Considerando que poseía dos notables atributos, los amigos lectores pueden imaginar el gratificante efecto producido por la lluvia.
Un día me voy al Carrefour a buscar algo, ya a esta altura no recuerdo qué. Agustina, como siempre, se ofrece a acompañarme. Vamos, compramos, charlamos, volvemos. Veníamos charlando, ella me venía contando algo de su nuevo colegio, como que algún celador le tiraba onda, algo así. Cuestión que remata el comentario con un: "Total vos no me das pelota...". Era el momento. La agarré en medio de la calle y le partí la boca de un beso. Y bien, así comenzó todo. Una relación que se extendería por tres años y que sería turbulenta, con grandes momentos y otros muy pero muy jodidos. Por suerte, en la historia que aquí cuento, solo entran los buenos.
Claro que quizás para Agustina la cosa no empezó del todo bien. Como ella pensaba que lo mío era con Isa, estaba un poco sorprendida y descolocada por el vuelco de la situación. Ni hablar cuando, en el primer fin de semana juntos, me agarró una gripe tremenda, como nunca antes. Estuve todo el fin de semana en cama, con mucha fiebre, al punto de que perdí la noción de uno de los días. ¡Y Agustina pensando que en realidad me había arrepentido, que decía que estaba en cama para no verle la jeta!
Pero bueno, pronto se dio cuenta que sus inseguridades eran infundadas. Nuestra relación se volvió intensa, con esa devoción que solo pueden tener los romances adolescentes y, aunque eramos esencialmente inmaduros, nos tomábamos muy en serio nuestro amor, lo considerábamos mágico, único, irrepetible. Estábamos convencidos que estábamos destinados el uno al otro, que los astros o los dioses o lo que fuere así lo determinaban, y lo vivíamos en consecuencia. Para que negarlo, a la luz de lo que vendría después, ese estadio de la relación tuvo toda la magia e inocencia del período que estoy narrando, lo que terminó volviéndola parte de una época tan perfecta como inolvidable.
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