Thursday, June 29, 2006

Grunge XII: "This is Shangrila"

Nosotros le dábamos duro a Majadonda, porque ahí pasaban buena parte de nuestra música favorita, había lindas mujeres y ricos tragos. Y probablemente hubiéramos seguido yendo ahí si no hubiera sido por un cartelito chiquito y humilde que ví pegado en un poste, sobre Las Heras, una tarde en la que estaba dedicado a la siempre grata actividad del alpedismo. El cartelito anunciaba la apertura de un boliche nuevo, sobre República Árabe Siria, frente al zoológico. El nombre era Tabasco, y bajo él se leía la tantas veces incumplida promesa de "rock". Pero bueno, nos sobraba el tiempo para perder, así que decidimos ir a ver de qué se trataba.
La cosa empezó bien desde el vamos. El lugar era la antigua sede de un boliche ochentoso llamado "Faces", al que había ido varias veces durante esa década. Solo que estaba, digamos, un poquito cambiado. La estructura era sencilla: un portón rectangular que llevaba a un pequeño vestíbulo o recepción, donde te cobraban la entrada (aunque ese día era gratis y más tarde el precio sería cómicamente bajo) y donde había un guardarropas. Pasando un cortinado tan negro como las paredes se accedía a Tabasco propiamente dicho. Una corta escalera de tres escalones daba lugar a un rectángulo del tamaño de tres cuartos de una cancha de fútbol 11. A la derecha, pegada a la pared estaba la barra, iluminada... con un velador. Había dos columnas a mitad de camino, que separaban el sector de la barra y bar (un breve compilado de sillas de mimbre y mesitas de madera) de la pista, que se distinguía del resto por el piso de lozas grises. Y, al fondo, se veía la cabina del DJ, con las entradas a los baños a cada costado. El lugar estaba hasta las manos, como suele ocurrir con la inauguración de cualquier boliche, pero eso no nos impidió distinguir detalles de lo más alentadores. El primero de ellos era la decoración de las paredes, que no era otra cosa que los engimáticos dibujos que decoraban el arte de tapa interno de "Dirt" de Alice In Chains. El segundo era el componente humano. Había de todo, por supuesto. Aunque uno detectaba, por la ropa, por las remeras, por la actitud, que allí había gente de la que uno no veía habitualmente. Había creyentes, como nosotros. Al mismo tiempo, en una inauguración gratuita siempre vas a encontrar todo tipo de personajes que van a ver que pasa. Pero sabés que ese público va a ir decantando hacia la propuesta del boliche. Y ese era el tercer punto, la clave de todo el asunto. Porque si bien en aquella primera noche la música fue ecléctica (aunque siempre dentro del campo del rock) se veía hacia dónde apuntaba. Es cierto, sonaban Divididos y Sumo, sonaban los Stones y los Doors, sonaban los Stone Roses y los Happy Mondays. Pero cuando el DJ puso "Man in the box" de Alice In Chains y una banda de descerebrados invadimos la pista improvisando un mosh tal como si la banda estuviera tocando allí en ese momento. Cuando los cuerpos empezaron a flotar sobre la masa de gente, en un glorioso stage diving. Cuando los que estábamos ahí nos identificamos unos a otros como fervientes acólitos de la misma grey. Ahí todo quedó claro. Es cierto, a todos quizás nos gustaban las otras cosas que había puesto el DJ. Pero nosotros estábamos ahí, porque necesitábamos algo distinto, algo que no se conseguía en ningún otro lado. Y cuando siguieron "Evenflow" de Pearl Jam, "Jesus Christ Pose" de Soundgarden, "Smells like teen spirit" de Nirvana, "Touch me I'm sick" de Mudhoney, "Killing in the name" de Rage Against the Machine, "We care a lot" de Faith No More, "Kool thing" de Sonic Youth, ""Stop!" de Jane's Addiction... Bueno, cuando vino todo eso, no tuvimos más dudas: habíamos llegado para quedarnos. Eso era el paraíso, el Nirvana, Shangrila...

Friday, June 23, 2006

Grunge XI: "Name your god and bleed the freak"

Con todos de vuelta en Buenos Aires, ensayábamos denodadamente en busca del repertorio que nos hiciera sentir lo suficientemente seguros como para salir a tocar. En realidad, a los chicos. Yo no me sentía seguro, yo era un creyente... más que creyente: un devoto de la causa. Para mí ya estábamos con lo que teníamos, lo importante era tomar por asalto los escenarios de la ciudad. Cuanto antes, mejor. Pero mis compañeros de banda eran gente prudente y, por el momento, había que seguir ensayando. Y buscar un nombre, por supuesto. A esa altura, después de 8 meses de ensayar juntos, era más que hora de tener un nombre. Claro, cualquiera que haya alguna vez tratado de bautizar, no les digo una banda, apenas un equipo de fútbol, sabe que la tarea es ardua. Cada uno tiene su concepto de lo que quiere decir con ese nombre, su idea de lo que es cool o artístico o whatever, el intento de sintetizar toda una visión estética o ideológica o lo que fuere, en una sola palabra. Una puta palabra. Entonces empiezan a aparecer las sugerencias, algunas de las cuales erizan la piel. Bien, en nuestro caso tienen que haber sido o demasiado terribles o demasiado buenas, porque no puedo recordar ninguna de ellas. O mi mente prefirió borrarlas, o bien eran tan decentes que ya no puedo recordarlas. Una pena. De todas maneras, no nos convencía ninguna. Le dábamos vueltas al tema ininterumpidamente. No queríamos que fuera en inglés, ni tampoco que fuera el nombre de una canción de ninguna de nuestras bandas favoritas. Pero apareció solito... y no se nos ocurrió a nosotros.
Una noche, nos dirigíamos al cumpleaños de una amiga en Castelar. Ibamos todos amuchados en el Fiat 147 que compartían el Negro y Luanda. Los susodichos, más Ale, Nacho y yo. El debate continuaba dentro del auto. Queríamos que fuera un nombre compuesto, como eran los de todas las bandas de Seattle, a excepción de Nirvana. Alice In Chains, Temple of the Dog, Mother Love Bone... me encantaba ese cantito, casi rítmico que tenían al pronunciarlos. Incluso, Pearl Jam, Screaming Trees o los mismos Soundgarden y Mudhoney -dos palabras unidas- eran nombres compuestos, largos. La idea se veía reforzada por los gustos de mis compañeros de banda quienes, al provenir del metal, preferían a las otras bandas sobre Nirvana. En fin, estábamos en eso, tirando nombres en medio de la, en aquel entonces, oscura General Paz, cuando Luanda, que no había abierto la boca hasta ese momento, dijo cuatro palabras mágicas: Lord of the Flies. Nos callamos al instante. "¿El libro de Golding?". "Claro", dijo Luanda, "Es un muy buen libro, y le da al nombre un peso intelectual". "Señor de las Moscas", castellanizamos casi a coro. No estaba mal. Compuesto, con cantito, amenzante e intelectual al mismo tiempo, sugería muchos temas, y todos ellos tenían rock. Empezamos a imaginar cómo quedaría en las tapas de los discos, en los afiches de las calles, en los posters. En nuestras mentes diseñamos tipografías, entonamos los cantitos de la gente cuando tocáramos en Obras (nótese que escribo "tocáramos en" y no "llegáramos a". Para nosotros, o para mí al menos, la serie de recitales en Obras era un hecho consumado) e imaginamos las respuestas durante las entrevistas radiales, en las que nos explayaríamos sobre los distintos niveles de significación del nombre dentro de nuestra visión artística. Todo cerraba, Señor de las Moscas era una realidad, una fuerza devastadora que, ahora que podía reconocerse a sí misma y por los demás, estaba lista para conquistar la Argentina y, por qué no, el mundo.

Thursday, June 15, 2006

Quiero decirlo ahora...

...cuando recién jugamos contra Costa de Marfil, aunque lo vengo diciendo de antes. Para mí Argentina sale campeón. O, como mínimo, juega la final.

Friday, June 09, 2006

Grunge X: "Singles"

En febrero todos habían vuelto de sus vacaciones y retomamos los ensayos. La lista crecía: "Sheep" era una suerte de monstruo que arrancaba con un riff pesado e iba creciendo rítmicamente hasta explotar en un final casi hard core, "Suicidal love" era un hard rock a la Pearl Jam, con un vago tufillo a Evenflow; "En el borde" tenía estrofas sincopadas que buscaban emular a Soundgarden, pero con un coro con voces armonizadas y espíritu más pop; "Tan mal" era un engendro que quiso ser un blues y parecía un mal tema de los Redonditos de Ricota (claro, bueno es aclararlo: nosotros no nos dábamos cuenta que era realmente malo); después estaba "El jit", una canción muy pop que había traído Nacho y que no nos convencía, pero nos daba no se qué decirle eso a Nacho, así que decidimos escribir una letra con Ale que ironizara sobre el pop chicle a lo FM Hit, y agregarle a la canción una coda punk rockera, para darle credibilidad y volverlo ácida; después estaba "Abismos", una canción instrumental a la fuerza, ya que a mí me hubiera encantado aprovechar los climas que tenía para hacer un tema a lo Alice In Chains, pero la realidad era que los chicos no querían que la arruinara con mi voz y, si bien no me lo dijeron, pude darme cuenta, así que quedó instrumental nomás. Bien, a este repertorio se agregaban dos covers: "Breed" de Nirvana, a instancias mías, y "Haciendo cosas raras" de Divididos, a instancias de Ale y el Negro, que en ese momento estaban en plena fascinación con la aplanadora del rock. Ocho canciones en menos de seis meses de existencia era todo un logro. Y las tocábamos con pasión. Tanta era la que yo ponía en particular, que ese -además de nuestra creciente amistad- debe haber sido el único motivo real de mi permanencia en la banda, considerando mis graznidos de fiera enjaulada. Que se entienda bien, no es que yo tuviera mala voz. Siempre tuve un registro y un timbre aceptables. Tampoco el problema pasaba por que yo no tuviera técnica para cantar. A pesar de que mi voz sonaba nasal y sin cuerpo, porque la sacaba de la garganta, a pesar de que no sabía regular el aire, ni mantener el caudal de voz por demasiado tiempo, a pesar de que desconocía como llegar a notas más altas y unos cuantos secretos indispensables del canto; igual conseguía que mi voz sonara bastante parecida a la de Kurt Cobain.
El problema empezó cuando me enamoré de Soundgarden.
Porque empecé a pretender cantar como Chris Cornell y claro, no me daba. No me dio ni cuando estudié canto, imagínense entonces. El resultado era que, cuando cantaba las partes graves, dentro de todo zafaba, pero de pronto me quería despachar con agudos alaridos cornellianos y, con mucha suerte, parecía que estábamos imitando a AC/DC. A eso había que sumarle mi desconocimiento total del concepto de llevar el ritmo junto a la banda. Y, si bien, eso mejoró ostensiblemente con el paso de los ensayos, todavía me costaba entrar en tempo al principio de las canciones, o después de un solo, por ejemplo.
Evoquemos: cuando recién empezamos con los ensayos yo había acreditado experiencias previas que nunca había tenido. Los chicos no tardaron demasiado en darse cuenta de ello. Un día, más o menos al décimo ensayo, el Negro paró en medio de una canción y me dijo: "Albert, el tempo. Tenés que seguir el tempo". Mi expresión de supina ignorancia lo debe haber dicho todo, porque instantáneamente me preguntó: "¿Sabés lo que es el tempo?". Mutismo de mi parte. "¿Viste cuando vas a la cancha y cantás "Y dale, y dale, y dale Boca dale" y movés el brazo así?", me explicó, mientras hacía el rítmico gestito con el brazo, "Bueno, eso es el tempo". Tengo que reconocer que nunca nadie me explicó un concepto musical de manera más didáctica y sintética.
Cuestión que desde aquel hecho, mejoré bastante, aunque no lo suficiente. Y encima estaba el síndrome Cornell. ¿Pero saben qué? No importaba. Eramos hermosamente irresponsables. Lo importante era que rockeabamos y que, como dije antes, yo prometía... al menos en presencia escénica. Cuando tocábamos me desataba como un poseído. Todavía tengo grabada la cara de la hermana de Ale, una tarde en la que entró al cuartito mientras ensayábamos "Breed", para decirnos que nos llamaban por teléfono. Yo estaba totalmente sacado y, como suele ser en esos casos, había cerrado los ojos y daba vueltas por el cuartito sin control, hasta que caí al suelo entre alaridos de "she said, said, said". Terminó la canción y escuché las risas de los chicos. Abrí los ojos y me encontré con la hermana de Ale -en esa época una infanta de 13 años- mirándome desde arriba con cara de "quién metió a este enfermito en casa". En fin. Pero a los chicos eso les gustaba, así que...
Cuestión que por esa época se produjo un hecho de esos que con un amigo solemos calificar de "un paso más en la batalla", parodiando a los metaleros. Llegó a estos pagos "Singles" o "Vida de solteros". Sí señores, aquella película, Biblia de cualquier amante del grunge, sobre la que habíamos leído en las revistas, iba a ser estrenada en la Argentina. Como se imaginarán, corrí a verla, acompañado por mi hermana y una amiga. En el cine eramos tres gatos locos, entre lo que se contaban dos viejas que se habían metido porque leyeron en el diario que era una "comedia". Cómo explicarles la emoción, el excite, el delirio cuando finalmente pude ver a la Seattle grunge -bueno, a la versión Cameron Crowe de la Seattle grunge- en pleno 1993, cuando la cosa todavía estaba fresquita. El solo hecho de ver escrito Mother Love Bone en una pared, o de ver a los miembros de Pearl Jam actuar era una invitación a las lágrimas. Pero, por sobre todas las cosas, llegó el climax, el momento en el que creo que estuve a punto de colapsar de felicidad: ver a Alice In Chains y a Soundgarden en vivo en tamaño pantalla de cine. En ese momento creía que no había nada mejor posible. Claro, todavía no había ido a Tabasco...